Agua regenerada: ¿un recurso alternativo para regar o para beber?
Vivimos en una era en la que la velocidad con que se suceden los acontecimientos nos desborda. La caducidad es una de las características de nuestro tiempo y muchas de las nuevas ideas envejecen incluso antes de llegar a madurar. Frutos abortados tempranamente porque su desarrollo no es compatible con la urgencia cambiante de las necesidades. Ello es especialmente patente en el ámbito del agua, el recurso que hasta hace pocas décadas se consideraba ilimitado y del cual hoy en día tenemos una sensación de creciente escasez. La aceleración del tiempo también afecta a las infraestructuras necesarias para su gestión. Programar, proyectar, aprobar, financiar y construir una determinada infraestructura tarda, cuando menos, algún que otro lustro, de forma que el resultado puede terminar siendo insuficiente para cubrir unas necesidades ya lejanas en el tiempo. Y si se tramita y ejecuta de urgencia, el riesgo de errores y sobrecostos aumenta de forma notable.
En la reutilización del agua también sucede que lo menos nuevo ya es viejo. Al agua regenerada, que en los 90 inició en España su andadura real con el suministro a campos de golf, es posible que le quede poco camino por recorrer como agua de riego. Excepto en lugares particulares, como las zonas agrícolas con clima adecuado para una producción óptima y próximas a grandes ciudades, puede que el futuro de la reutilización no pase por el riego agrícola, el teórico gran mercado para este recurso de agua. Esta es la impresión que me quedó después de asistir a la jornada organizada por ADECAGUA en SMAGUA sobre la gestión del riesgo para la salud pública del riego agrícola con agua regenerada del pasado 8 de marzo.
En ella, los distintos ponentes enunciaron las ventajas teóricas, casi de manual, de la reutilización del agua para riego agrícola (garantía de suministro, ganancia neta de recursos en zonas costeras, reciclaje de nutrientes), pero aquellos más próximos al sector hicieron una reiterada mención de las dificultades que observan: coste demasiado elevado para unos regantes habituados a aguas de mayor calidad y menor precio; complicaciones en el cumplimiento del RD 1620/2007; dificultades en la gestión agronómica de la salinidad; complejidad no resuelta en la gestión de los tratamientos de regeneración; limitaciones a la comercialización de productos regados con agua regenerada; y problemas de percepción de la ciudadanía, entre otros.
Sin embargo, estas dificultades podrían afrontarse para darles solución si hubiera volúmenes de agua realmente disponibles para el sector agrícola. Pero o no los hay, o son insuficientes y cubren tan sólo pequeños porcentajes de la demanda total de riego. Y, además suelen estar lejos, y transportar agua no es precisamente algo barato. Nada de ésto se dijo y es suficientemente importante como para que hubiera aparecido en el otro lado de la balanza. Murcia, Valencia, Almería, Vitoria e incluso algunas pequeñas zonas agrícolas que sobreviven en la Costa Brava y otros lugares puntuales pueden ponerse como ejemplos de éxito en la reutilización agrícola, pero mi impresión es que con ellas el recorrido de este uso queda cercano a la meta.
De hecho, en ningún lugar estaba escrito que los usos del agua regenerada se debían circunscribir sólo al riego, como sustitutivo barato del agua de primera calidad. La realidad que ya asoma la cabeza, una vez más desde California, es que el agua regenerada es un recurso de gran valor estratégico en el ámbito urbano, y que tiene un valor mucho mayor como futuro suministro de agua potable en épocas de escasez que no construyendo infraestructuras para llevarla lejos y regar cultivos, por productivos que sean. El agua regenerada es el único nuevo recurso de agua que ya se encuentra en dicho ámbito, de ahí que la inversión en repurificar en muchos casos resulte más favorable ambientalmente que la de transvasar o desalar mayores volúmenes, suponiendo, en el primer caso, que haya un lugar con agua buena y abundante desde el cual transvasar. Y los volúmenes disponibles, que para atender ciertas demandas agrícolas pueden ser insuficientes, cuando no insignificantes, son volúmenes útiles en el contexto del abastecimiento urbano que precisamente los ha generado.
Si lo que muchos expertos predicen termina siendo cierto en cuanto a la generalización de la escasez de agua en el mundo, ello conllevará una importante alteración en la forma en que se han venido gestionando hasta ahora los recursos hídricos. La agricultura, productora de los alimentos que consumimos, requiere un suministro fiable de agua de forma casi igual de perentoria que los abastecimientos urbanos. Mi impresión es que, en este nuevo escenario, el agua regenerada, el recurso urbano por excelencia, jugará un papel estratégico de primer orden en este ámbito y, excepto en unos pocos lugares, las circunstancias la alejarán del regadío.
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